lunes, junio 15, 2009

Navego por entre el inmenso mar, a veces tranquilo otras violento, pero siempre lo había hecho confiado en las estrellas, en que mi habilidad me sacaría adelante o que moriría con todo en la línea, así las millas, los cientos de días, las innumerables olas, gigantes, pequeñas, suaves . . . las estrellas generalmente en lo alto o siempre, aún en las tormentas más violentas, tenía algún punto de referencia que guiara mi accionar, hoy estoy en un mar en calma, lejos, muy lejos de aquellas aguas en las cuales me gustaría estar en este momento y siento que no hay nada que sepa o pueda hacer para aligerar el trabajo, este estadío es particularmente difícil para mi, estar pero no estar, hacer pero no hacer, contemplar, orar, seguro de que incluso esto que hago sirve, ayuda para que la tormenta sea mucho más llevadera, pero la calma no es llevadera para mi, me vuelve loco, quiero remar, soplar, gritar, lo que sea para que esta nave avance rápida hacia donde en este momento me necesitan o según yo me necesitan y ese es otro cantar.

Y me digo una y otra vez que esa no es mi tormenta, esa no es mi nave y yo no mando ahí, a fuerza de repetirlo siento un poco de tranquilidad, hasta que las velas se hinchan un poco y mis obscuros pensamientos vuelven, vaya, ni siquiera estoy seguro de haya tormenta, quizá la nave encuentre mares calmos y suaves, pero quizá mi intuición, mis años en el mar no se equivoquen y aquí vamos de nuevo, la ola inmensa me arrastra hasta lo más profundo del mar y yo apenas puedo salir a respirar más a fuerza de meditación que de esfuerzo físico y los días se suceden y la calma continua, las estrellas no me dicen nada, el mar tampoco y habrá que esperar paciente o volverse loco en el intento.

El mar puede ser tan solitario como uno desee.

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