lunes, agosto 16, 2004

Cierro los ojos y me invade una extraña sensación de sutileza, reconocida después de algunos instantes. . . abro la boca y respiro, recuerdo el mar y una bolla roja que se supone debería de ver, lo revivo y mi corazón se acelera, mis flácidos músculos aún recuerdan el esfuerzo y el entrenamiento, vuelo. . . llego a la meta y terminé mi primer triatlón, recuerdo el dolor en las piernas y un azul inmenso en el cielo de Veracruz, recuerdo las nubes blancas y altas que se perfilaban en el horizonte, recuerdo los últimos metros, apretando fuerte, la respiración y millones de puntos luminosos en mi visión, recuerdo el sabor de la alberca y el cansancio en la noche después de haber nadado 1,500 metros, recuerdo el palpitar en mis oídos durante los primeros metros, la fortaleza de mis músculos, el paso incansable del lobo que persigue la presa, recuerdo el dolor en las muñecas por la bici, en la montaña, el frío y las nubes cubriendo el Nevado de Toluca, la suerte de que no se saliera completamente la llanta trasera en aquella bajada a 60 Km. en terraceria, recuerdo la cara de Alejandro al verme justo detrás suyo, los ánimos, el sueño, las mañanas frías y el hambre en el cuerpo, la presencia.

Extraño el triatlón.

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